martes, 18 de diciembre de 2012

Uñas




-El rostro no sé qué imagen siguió – dijo la obstetra, mientras sacaba de mi espalda pedazos de placenta coagulada- pero las uñas igualitas a las de su mamá. Ella, mamá, no escuchó; estaba, larga en la camilla, extasiada de cesárea y llanto.
Ocho años después, cumpliría el designio: sin temer la furia de los gigantes, quizá en lo que sería mi primer acto de rebeldía y el origen del sobrenombre La Pasionaria, que nunca reivindiqué; como si en el horizonte dos fuerzas hubiesen entrado en contacto dando una baja de luz, cerré la puerta (empujé, estallé los goznes, hice temblar los muros) en donde empezaba la nariz de mamá. Ella no diría nada, porque el meñique perdió habilidad y no salió a tiempo del límite. Ese día perdí dos falanges. Cuando el dedo volvió a nacer, la uña ya no era como la de mamá: había adquirido grosor con una forma ovalada que nadie en la familia tenía. Y supe: eso era lo único que conocería de papá, su figura pigmea en mi mano.

septiembre 2012

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