sábado, 14 de diciembre de 2013

Mesa de Ensamblaje 4- Digestiones



Una amiga dejó de fumar y se comió una pizza y media. Va a tener que tomarse un laxante comercial. Una vez estuvo en un hospital en Perú, donde se veía la masilla desgastada de los azulejos celestes como si se hubiese acabado la partida presupuestaria. Todo tenía un tono lúgubre de conspiración. Las pupilas se le sacudieron convulsivas buscando al menos una sombra extraña. Nada la encandiló. Pensó en su lámpara de tela y en el riesgo de que ella, también hubiese quedado encendida. La escena parecía hecha a propósito, para generarle acidez de temor. “Dos vueltas de calesita” murmuro y su voz hizo eco en los azulejos vidriosos de baño que dormía. Ese mismo amigo nos sorprendió a todos, unas Pascuas, con una diarrea descomunal. De dimensiones titánicas. Tan contundente y abrasiva como el Mar Muerto. Estuvo internado, con suero. Pero el susto no se le pasó más. Desarrolló una psicología similar al paciente abandónico, aquél que teme ser olvidado por sus afectos y despojado de todo beneficio social. En fin: a la persona olvidada, alejada de todo reconocimiento, mejor declararla seca, rastrillada por el sol. Nada de andar llorando una gota de sudor sobre frente agolpada. Uña entre molares, palito rascador, guante redoblado, fosforó trunco ¿Cuántas son las pertenencias que se pueden llevar a una isla desierta? En mi opinión de adolescente renacido siempre cuatro: desodorante, harina, un telescopio y alguna persona predispuesta. Ahora sólo tenía papel higiénico y botellas vacías. Ella ya no estaba en mi fotografía imaginaria. Después de un rato seguimos revisando la caja y encontramos documentos varios de mi padre: pasaportes ilegales, estatutos de empresas y una partida de nacimiento y una postal enganchada con una perforadora.

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