miércoles, 26 de junio de 2013

Mesa de ensamble 1


Era toda inexpresiva, se enclaustraba en la lontananza para no tener que intercambiar un sí o un no con esos alfeñiques e imberbes que le obstaculizaban la vista cada vez que giraba la cabeza para que las vértebras se encastraran de manera irregular y le diera vértigo en la esquina de los ojos.
El auto arrancó después de una pausa enervante y dejó que las matas de pasto a la distancia, se aferraran a lo único movible de su casa; los ojos.
Dos tías viajaban en el asiento trasero, forcejeando articulaciones de brazos y negociando el contenido de un canasto de mimbre, que trajinaban de un lado al otro del asiento, sin importunar aparentemente al conductor, berreante, lastimero. El espejo retrovisor desplegaba ampollas a lo ancho, a lo largo de la visual. ¡Imbécil! Si pudiese – si quisiese- atragantaría el conducto humeante, el tubo de escape de cualquier camión, camioneta o lancha a motor que apareciera con el chinchulín o mondongo de ese grasiento conductor al volante.
Tenía miedo me miraba por el espejo, retrovisor solo a través de un ojo. Era una cara incompleta, solo veía las cejas de un ojo, la nariz y la parte izquierda de los labios. Tenía canas entre los bigotes, por eso pensé que ya había pasado los 50 años.”
El río a través de las ventanas iba acariciando las maderas del fondo. Se estaba inundando la ciudad, bah, el pueblo.
Una cura se asomaba desde el campanario sin hacer ruido. Observaba escondido desde un sector de la torre. Mi perro jugueteaba con los destrozos que se iban formando. Intenté retener el agua con trapos debajo de las puertas, pero no había manera de que el río se filtrara. El diluvio era tridimensional y demasiado ruidoso para ser un sueño. Por eso no me pellizqué, ni nada: la soga, finalmente, es lo único que une: al cuello con el torso, al zapato con el tipo, al cóndor con nada…con absolutamente nada.”
Si lo único que hace es sobrevolar un deseo vertiginoso de individualismo, prefabricado y plástico.
- Al cóndor, mejor tenerlo de trofeo disecado que de plato principal,- dijo la tía menos halitósica, mientras pelaba un huevo duro en el asiento de atrás, solidificando el aire, escaso por cierto, de olor petrificante.
La cara de repugnancia se le frunció a Chung, pero nadie lo notó; era tan inexpresiva. ¿Algún día iban a llegar a destino? ¿O era mejor alargar esta situación límbica para siempre?

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